viernes, 5 de abril de 2013

Nicolás Maduro: en estas reflexiones de Alonso Moleiro, hay mucho para concordar, y para discordar.

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    Nicolás Maduro, por Alonso Moleiro.


Nicolás Maduro no se ha caído de una mata y no lo han lanzado de un platillo volador. Es cierto: no es un hombre de letras, tiene por delante exigentes pruebas y un carisma que no es especialmente electrizante, pero de ninguna manera es el extraviado que algunos suponen. Así las cosas, difícilmente lo podemos clasificar como un “moderado”.
No habría decidido Hugo Chávez colocarlo donde está si no estuviera completamente seguro de sus atributos en esta delicada encomienda: un militante de la extrema izquierda de larga data; conocedor de los meandros del poder; consciente de lo que se puede y no se puede hacer en este tiempo histórico; con suficiente sentido común como para no adelantar jugadas y no irse de bruces. El mandato de Chávez ha quedado claro: “ni pacto con la burguesía, ni desenfreno revolucionario”
Nicolás Maduro es todo un convencido. Todavía no tiene el síndrome del cuarto de espejos del poder. Es, básicamente, un dirigente sindical. Un fajador social con mentalidad atrincherada, como la de cualquier exponente de la izquierda ortodoxa: la historia está dividida en una lucha entre buenos y malos; acordar con el enemigo es traicionar la causa popular; si pudimos fue porque los derrotamos, y si no pudimos es porque nos sabotean. Rasgos macerados en una militancia de larga data y en su extracción popular.

Podríamos, a estos efectos, apoyarnos en lo afirmado recientemente por el controvertido Heinz Dieterich: Maduro no es necesariamente la ficha ideal con la que contaba Hugo Chávez para suplir su ausencia –escenario que ni Chávez ni nadie en Venezuela podrían haber imaginado hace apenas dos años-, pero sin duda era el mejor de los dirigentes disponibles. Resume la expresión colectiva de un equipo político con el cual funciona –Flores, Vivas, Istúriz, Ernesto Villegas, Temir Porras, Menéndez, Jacqueline Farías, Jorge Rodríguez, Cabezas, entre otros-, y mantiene una conexión orgánica con su partido, en este momento el más fuerte del país. Nicolás Maduro es la cabeza de un equipo político. Es muy probable que la influencia de José Vicente Rangel ejerza un papel fundamental en torno a sus decisiones en este tiempo.

Estamos en presencia de un político con una enorme capacidad de trabajo, leal a su legado, que ha acumulado un enorme aprendizaje y ha aprendido a afilar sus uñas en su paso por el alto gobierno. También Maduro tiene claro que en política se vale retroceder: lo hará si las circunstancias se lo demandan. Su afabilidad innata y su trato flexible no lo eximen de ser todo un alumno adelantado de la escuela política del chavismo. Es un hombre pragmático, pero ésta es apenas la funda de un sectarismo pétreo. Desprecia olímpicamente el pensamiento disidente: sólo hace concesiones específicas y preferiblemente si reportan alguna utilidad concreta, y usa la legalidad como un instrumento para hacer vigentes sus objetivos.

Los discursos de Maduro son una réplica perfecta de su mentor político: la gimnasia verbal de la amenaza que convirtió en una escuela durante todos estos años Hugo Chávez. Un mensaje que tiene una coordenadas claras, con una mecánica sencilla, desprovisto de florituras intelectuales, aunque en su boca con un impacto menor que en el pasado. Acusar al adversario de tramar conspiraciones; redoblar la apuesta emocional con el patriarca desaparecido; arroparse con todos los estereotipos de la izquierda clásica y reconocer desdeñosamente los derechos políticos de sus adversarios, a los cuales nunca se les dejará de recordar que obran bajo vigilancia.

No soy de los que piensa que en este momento el PSUV presente fisuras que vayan a producir desenlaces. Todo lo contrario. El acuerdo con Diosdado Cabello, la otra esfera de poder del momento, parece muy estable. No niego que estas podrían presentarse más adelante; aunque esa, como otras variables, dependerá de lo que ocurra en estos meses, gane las elecciones o las pierda. Por lo pronto podemos concluir que la ausencia de Chávez obra en sentido contrario: el chavismo sabe que el fallecimiento de su líder los coloca en un severo aprieto y tal circunstancia demanda jugar cuadro cerrado. La alta dirigencia del partido de gobierno acusa, aunque no lo diga, los rigores de la incertidumbre y parece haber colocado sus diferencias a un lado para enfrentar la más delicada de todas las coyunturas. Cualquier chavista habría preferido perder el poder que perder a Chávez. Su recuerdo vivo es el cemento de la unidad.

Los ataques a la oposición de estos días, con las amenazas incluidas, podemos inscribirlas en la misma circunstancia: el chavismo tiene que saber que, aunque de momento derrotados, los factores de la oposición son lo suficientemente grandes y poderosos como para hacerles pasar un susto en una hipotética consulta electoral o en cualquier otro episodio delicado de la vida nacional. Agredir a la oposición, mantenerla arrinconada, vulnerar la Constitución y exhibir las dosis habituales de prepotencia forma parte de una cita cotidiana que, al menos en este momento, abona en la unidad de los rojos.

No tiene Maduro la experiencia al mando y le esperan unos meses particularmente convulsos. Queda claro que su objetivo supremo es continuar con la Revolución. Reanudar el arado, sin embargo, es en este momento una tarea que le exigirá redoblar esfuerzos. Maduro no le podrá hablar al país, ni remotamente, desde la posición de Hugo Chávez: no tiene su carisma ni la conexión popular, y no controla los poderes fácticos de la misma forma. Es un civil que deberá atender otras alianzas y remolinos emocionales vecinos. Esto incluye la tupida red de movimientos sociales que le acompaña. El chavismo no es sólo el PSUV, cosa que la opinión pública suele olvidar con bastante frecuencia.

¿Tendrá Maduro la autoridad, las agallas, la audacia de Hugo Chávez? Difícil. Para bien y para mal, aunque con los mismos actores, la salida de Chávez está produciendo una modificación todavía no del todo apreciada del cuadro político nacional. Sería quimérico pretender que la desaparición del hombre público más importante en estos 15 años, comienzo y final de todas las disputas de la vida nacional, no iba a producir consecuencias. El país ingresa en un nuevo período de su historia, con nuevos escenarios y opciones, y también con nuevos y renovados peligros.

¿Sabrá Maduro, comprender los límites de su poderío, capaz de interpretar con inteligencia las sutilezas de la realidad nacional, la fortaleza de sus enemigos, la urgencia de las decisiones económicas pendientes? ¿Entenderá que será necesaria mucha grandeza y sabiduría para estructurar alianzas  estructurar alianzas? Las circunstancias podrían obligarlo. La marea le puede venir demasiado alta.


Alonso Moleiro 
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  Moleiro se posiciona como un "moderador" en un debate político-electoral. Pretende ser objetivo y plural, y tal vez lo logre, aunque todos sabemos que un politólogo, por ser un ser humano politizado, podrá ser objetivo, pero nunca plural. No me cabe a mí juzgar sus ideales, pero sí opinar sobre sus reflexiones públicas.
   En lo que tiene que ver con su apreciación, de que con el fallecimiento del Cte. Chávez, termina una etapa (comienzo y final de todas las disputas de la vida nacional, no iba a producir consecuencias), parece más un intento de convencer a los lectores, que Maduro está ahora entre las cuerdas, en el combate electoral. Personalmente, y después de escuchar y leer sus discursos y los efectos de ésta, en la población chavista, durante un mes seguido, estoy convencido que las disputas de la vida nacional, lejos de haber llegado al final, se han recrudecido. 
   Ya iniciada la campaña electoral, y contradiciendo a Moleiro, se reafirma el apoyo civil y militar al candidato elegido por el líder bolivariano: todos quieren más y mejor. Cuando digo más, me refiero a la continuidad y expansión de las políticas sociales, ya implementadas y por implementar. Cuando digo mejor, quiero decir que esas políticas tienen que ser más profundas, principalmente las que tienen que ver con la Seguridad interna del país; que las relacionadas con la esfera internacional, deben ser más flexibles y rápidas con los aliados, y más severas y contundentes con los opositores; que la relación entre el pueblo civil y el militar, no sufra roces, sino todo lo contrario: unos deben respetar a otros, y protegerse mutuamente. Con esos dos poderes a favor, nada, ni nadie podrá socavar lo conquistado por Hugo Chávez, ni lo que conquistará Nicolás Maduro.
  Moleiro se pregunta si  ¿Tendrá Maduro la autoridad, las agallas, la audacia de Hugo Chávez? y se responde  Difícil. ¿Qué es lo que lo hace llegar a esa conclusión? ¿Acaso no sabe Moleiro que Maduro ocupó uno de los cargos más importantes después de la Presidencia, en el Poder Ejecutivo, que fue el de Canciller (Ministro de Relaciones Exteriores)? ¿Que su labor como sindicalista,  ha requerido siempre - como en todo el mundo - de mucho coraje, astucia, cintura diplomática y una gran responsabilidad con la masa que representa? ¿No le dan esas cualidades los atributos necesarios para tener las agallas y la audacia de gobernar? Máxime si cuenta con la confianza y el apoyo -ya demostrado- de los chavistas cívico-miltares.
  Y vuelve a preguntarse  ¿Entenderá que será necesaria mucha grandeza y sabiduría para estructurar alianzas que garanticen la gobernabilidad de la nación?, respondiédose Las circunstancias podrían obligarlo. La marea le puede venir demasiado alta. Indudablemente, o  nunca siguió la trayectoria política y militante de Nicolás Maduro, o trata de inculcar, muy sutilmente, la duda de si éste será un presidente a la altura de Hugo Chávez. Lo que realmente importa - y Moleiro lo omite - es que Maduro no solamente está a la altura del extinto Presidente venezolano, sino que por el hecho de ser civil, no podrán tildarlo de Dictador golpista militar, pues el hecho de haber sido Canciller, y haber cumplido muy bien este compromiso, le permitirán gobernar sin negociar con la oposición derechista, con el fin de estructurar alianzas que garanticen la gobernabilidad de la nación, porque la gobernabilidad se la están asegurando los trabajadores; los estudiantes y docentes; las amas de casa y los jubilados; los empleados públicos; los trabajadores rurales y los cuadros militares.
   Las elecciones del 14 de abril, serán observadas por diferentes organizaciones nacionales y extranjeras. Todo indica que lejos de ser una peligrosa contienda, será otra de las fiestas cívicas a las que nos tienen acostumbrados el pueblo venezolano, que sin tener la obligatoriedad del sufragio, suelen concurrir (80-85%) a las urnas, lo que resulta ser un orgullo para Latinoamérica....y nos deja la boca seca, por la sed de que en nuestros paises, algún día sean tan democráticos como la República Bolivariana de Venezuela. 

         
    Walter E. Carena
    Twitter: @wcarena
      
   
   

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