Marco Aurélio García.
Quizá el evento no trascendió debidamente
porque el escenario fue ocupado en esos días por las cumbres de la CELAC
y de ésta con la Unión Europea. El hecho es que allí intervino en forma
reiterada el ex presidente Lula (previo a su participación en el
encuentro internacional de La Habana sobre el equilibrio del mundo),
ministros y ex ministros de su gobierno y del de Dilma Rousseff como
Celso Amorim y Luciano Coutinho, la filósofa Marilena Chauí y Emir
Sader, el destacado economista argentino Aldo Ferrer (Página/12 publicó
íntegra su exposición, titulada “Transformaciones de América Latina”),
los chilenos Luis Maira y el ex ministro Carlos Ominami, el senador
uruguayo Alberto Couriel, representantes de Venezuela, Ecuador, Bolivia,
Perú, entre otros.
Leemos en el mencionado diario argentino:
“Hubo un documento de base firmado por Marco Aurelio García, el asesor
de relaciones internacionales de la presidencia (de Lula y de Dilma),
cuyo fin era el de analizar el despliegue de las izquierdas
latinoamericanas en los últimos diez años. Es un documento sucinto y
pleno de interés (…) Por los temas que plantea –la pregunta por el
post-capitalismo- se convierte en una inusual sinopsis de una antigua y
renovada discusión”. Aunque el autor del documento dice que es apenas un
disparador para el debate y una invitación a la reflexión, bien vale la
pena sintetizar sus ideas esenciales.
Bajo el título “Las
izquierdas en la hora de la integración sudamericana”, comienza por
establecer que “parte importante de las izquierdas sudamericanas
–especialmente en el Cono Sur- fue duramente afectada por la represión
impuesta por las dictaduras de la región, en las décadas de los 60, 70 y
parte de los 80, en Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile y
Paraguay. La derrota sufrida por las organizaciones de izquierda en ese
período fue política, organizativa y, donde ellas recurrieron a la lucha
armada, militar. En algunos países –como Argentina y Chile- la
represión asumió, en términos absolutos, dimensiones gigantescas,
dejando un rastro de millares de muertos, desaparecidos, presos y
exiliados”.
Esos regímenes aplicaron políticas económicas
conservadoras que expandieron la pobreza, debilitaron a la clase obrera
tradicional y a sus organizaciones y, al minimizar el papel del Estado
en la economía de acuerdo al recetario del Consenso de Washington,
debilitaron el concepto del Estado-Nación y de la soberanía nacional, y
en consecuencia de la propia soberanía popular. El debilitamiento de la
democracia económica y social debilitó la democracia política.
La
hegemonía de las ideas neoliberales en el plano económico en el período
de transición hacia la democracia política proyectó personajes
siniestros como Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil y
Sánchez de Losada en Bolivia, figuras centrales de un movimiento que
integraban también Salinas de Gortari en México, Vargas Llosa o Fujimori
en Perú.
La idea de la integración latinoamericana fue
sustituida por el proyecto de creación de un Área de Libre Comercio de
las Américas (ALCA), impulsada por Estados Unidos. Las privatizaciones,
la desregulación productiva, financiera y del mundo del trabajo se
transformaron en términos clave del pensamiento único, que pasó a
configurar una nueva propuesta programática de amplia aceptación en los
sectores conservadores y, sobre todo, en los medios de comunicación.
Esa
ola conservadora fue estimulada, desde luego, por la crisis del modelo
nacional-desarrollista en América Latina y, en otro marco, por el
colapso del modelo soviético y la deriva de la socialdemocracia europea,
así como por los nuevos rumbos de la economía y la política china.
Acosadas por la nueva derecha y privadas de los valores clásicos que
habían seguido por décadas en el pasado, las izquierdas vivieron una
instancia de perplejidad, que afectó incluso a sectores que se habían
disociado de una herencia ortodoxa y adoptada una postura crítica al
respecto.
El documento pasa luego a examinar el proceso de
renacimiento de las izquierdas en la región, que ocurrió esencialmente a
partir de los movimientos sociales y sus luchas reivindicativas y de
las instancias electorales que comenzaron a desplegar victoriosamente en
Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay, y
de la evolución del proceso político chileno, todo ello en un plano de
“saludable heterogeneidad”, que reflejaba las particularidades de las
tradiciones culturales y políticas nacionales que las dictaduras y las
políticas neoliberales no habían logrado anular.
Esas luchas
tuvieron, no obstante, elementos programáticos comunes. Como dice el
texto: “A pesar de esas diferencias, algunos elementos programáticos
estuvieron presentes, con distintos enfoques y perspectivas, en los
distintos países en todas esas luchas y movimientos: 1) énfasis en las
cuestiones sociales, el combate a la pobreza, la exclusión y la
desigualdad; 2) democratización del Estado y participación social; 3)
defensa de la soberanía nacional; 4) integración sudamericana y
latinoamericana, capaz de garantizar a la región un lugar importante en
un mundo que vivía (y vive) una intensa y aclarada transformación”.
Examina
luego los rasgos generales de la acción de las izquierdas en el
gobierno, en los siguientes términos: “En el gobierno, las izquierdas
enfatizaron el crecimiento, el combate a la pobreza y la reducción de
las desigualdades, por medio de políticas económicas y sociales. Estas
últimas dejaron de tener un carácter ‘compensatorio’, como en la agenda
conservadora, y pasaron a constituirse en el eje estructural de una
nueva política económica. (…) La región logró equilibrio macroeconómico;
reducción de las deudas interna y externa, control de la inflación,
expansión de las reservas internacionales. La articulación de esos
factores provocó una expansión significativa de la economía regional,
mejoras sensibles en la situación social y explican el nuevo papel que
América del Sur pasó a desempeñar en la economía global, especialmente
cuando ésta entró en crisis”.
Esto se reflejó también en el plano
institucional. Los gobiernos de izquierda afrontaron constantes procesos
electorales y estimularon la creciente participación popular. En la
región andina: Venezuela, Bolivia y Ecuador, sobre todo, se situó al
orden del día la convocatoria de Asambleas Constituyentes, que ampliaran
el espacio público y la base de sustentación gubernamental. En varios
casos se refundaron las instituciones.
El éxito de los gobiernos
democráticos y populares tuvo un efecto disgregador sobre las
oposiciones. En la mayoría de los países las fuerzas tradicionales de la
derecha entraron en crisis. Una parte importante de estas fuerzas de
oposición asumió posiciones profundamente conservadoras, cuando no
golpistas, como aconteció en Venezuela, Honduras y Paraguay.
Descalificaron las políticas económicas y sociales de las izquierdas y
pasaron a descalificar también las elecciones como proceso de
constitución de gobiernos democráticos. Reactivaron sus agendas
pro-mercado y desarrollaron una fuerte crítica a las políticas
exteriores, especialmente al proceso de integración sudamericana. El
papel central de la oposición en la mayoría de los países fue ocupado
por los medios de comunicación, que en algunos casos sustituyeron a los
partidos conservadores.
El texto ingresa a esta altura a un
capítulo de gran actualidad, con esta afirmación: “Los éxitos de las
experiencias de gobiernos de izquierda y de centro-izquierda en América
del Sur no pueden ocultar, no obstante, sus límites, cuyo examen crítico
es fundamental para la continuidad de esas experiencias y, sobre todo,
para su profundización”. Se alude, en un inventario de algunas
tendencias conflictivas, a “confrontaciones exageradas o conciliaciones
innecesarias, voluntarismo o pasividad burocrática, centralismo o
basismo”. Tampoco existe una exposición consistente de los procesos
políticos en curso en nuestros países.
A falta de ella, las
izquierdas corren el riesgo de renunciar a un análisis explicativo de su
rica experiencia actual, cayendo en un peligroso empirismo. De diversas
formas se encubre la incapacidad de explicar la novedad de la
experiencia que se está desarrollando y los problemas a afrontar.
Esta
advertencia se refiere no sólo al estudio de las experiencias
nacionales, sino también a la necesaria definición del horizonte de los
proyectos de integración. Aludiendo a las experiencias de la UNASUR, del
ALBA, así como del Arco del Pacífico, que engloban grupos de países con
diferentes afinidades político-ideológicas, señala la necesidad de
elaborar “una doctrina de integración sudamericana”.
Se entra
luego de lleno al gran tema del análisis colectivo de los problemas
candentes de la nueva realidad continental. Afirma al respecto: “La
superación del tiempo de las Internacionales, como ya lo había
constatado el Foro de Sâo Paulo en su fundación en 1990, es necesaria.
Ello no significa, empero, abandonar un esfuerzo teórico-político de
análisis común de la experiencia, en gran parte exitosa, de
reconstrucción de las izquierdas en esta última década”.
Desde
luego, ello no significa homogeneizar posiciones, ya que ellas reconocen
orígenes y horizontes político-culturales distintos y corresponden a
procesos históricos diferenciados. Pero es preciso establecer un debate
calificado que, reconociendo las particularidades de cada experiencia
nacional, sea capaz de establecer un ideario común a ser compartido.
(Ese era precisamente el objetivo del encuentro organizado por el
Instituto Lula).
Ello está concebido como una responsabilidad con
nuestros pueblos y, a la vez, con sectores de la izquierda de otros
continentes que observan con esperanza los avances en América del Sur,
mientras en sus países hace estragos la crisis económica, social,
política e ideológica.
Una de las paradojas de la situación actual
–expresa luego- es que la derrota política y electoral del
conservadorismo no está siendo acompañada de igual derrota de muchas de
sus ideas, de sus valores y, sobre todo, de sus medios de difusión. “La
construcción de una América del Sur post-neoliberal pasa por ese
movimiento de reconstrucción teórico-político de las izquierdas”. Sobre
esa base se intenta un bosquejo de los caminos de futuro, con sólido
punto de apoyo en las realizaciones del presente, y con la vista puesta
en un horizonte post-capitalista.
“La crisis de los paradigmas
pasados de las izquierdas y los avances de estos últimos años –señala-
muestran que, contra las ideas dominantes, debemos afirmar políticas
económicas de crecimiento, sustentables económica, social y
ambientalmente. Una política económica que apunte a la construcción de
una economía post-capitalista. Una reflexión que contribuya a la
democratización radical del Estado, para la ampliación del espacio
público y la socialización de la política. Debemos construir una
democracia política cimentada en la más amplia participación de hombres y
mujeres en la vida política, en una sociedad plural, respetuosa de la
ley, de los derechos humanos, creadora de derechos, capaz de asegurar la
libertad de organización y de expresión. Una sociedad solidaria, laica y
de paz, que socialice los bienes culturales y las oportunidades, que
valorice su diversidad étnica”.
Las experiencias en curso en
América del Sur muestran que ya hay importantes contribuciones en ese
sentido, que deben ser rescatadas. Los mecanismos de articulación que se
sigan construyendo, junto a los ya existentes, permitirán a las
izquierdas saldar esa deuda pendiente.
De ahí la conclusión:
“Nuestra agenda deberá abarcar, entre otros puntos, la construcción de
la narrativa de las experiencias en curso; la reconstrucción de un
discurso económico y social; repensar la democracia más allá de los
cánones liberales; la integración de la región y su inserción en el
mundo y, finalmente, la reconstrucción del horizonte socialista”. Para
la izquierda es ésta, sin duda, la tarea fundamental de la hora
presente.
(*) Periodista
Walter E. Carena
Twitter: @wcarena
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