Verdades incómodas sobre Venezuela y la furia de las oligarquías mediáticas. Reflexiones en defensa propia...
Por Atilio Borón (Politólogo y Sociólogo argentino, doctorado en la Universidad de Harvard, profesor de Teoría Política y Social en la Universidad de Buenos Aires)
Comparto unas reflexiones a propósito de mis opiniones sobre la situación en Venezuela y la reacción de la oligarquía mediática.
En los últimos días, en coincidencia con la decisión de Cambiemos de hacer de Venezuela uno de sus ejes de campaña, fui sometido a un ataque sin precedentes desde las ciudadelas de la oligarquía mediática argentina a propósito de mis opiniones acerca de lo que está ocurriendo en aquel país. Periodistas y académicos unieron sus fuerzas para no sólo disentir con mis ideas sino también para lanzar toda suerte de agravios sobre mi persona. No tiene sentido referirme a cada uno de sus autores por separado, y esto por dos razones. Primero, porque en el fondo su discurso es el mismo: variantes de un mismo guión dictado desde Washington, reciclado por sus acólitos neocoloniales y lanzado por ellos a través de los “medios independientes” (¿independientes de quiénes?) para hostilizar a quienes piensan distinto. Segundo, porque individualizarlos sería conferirles a los autores de tales libelos una dignidad que su estatura intelectual y moral hace totalmente inmerecida. Dicho esto, en lo que sigue, va mi respuesta.
Uno. En Venezuela la oposición está compuesta por dos
sectores. Uno, que acepta al diálogo con el gobierno. Otro, totalmente
opuesto a él y dispuesto a quebrar el orden constitucional y derrocar a
Nicolás Maduro apelando a cualquier recurso, legal o ilegal.
Desgraciadamente, esta fracción ha sido la que hasta la semana pasada ha
hegemonizado la oposición amenazando al sector dialoguista con una
brutal represalia si cedía a los llamados del gobierno.
Negociar con
éste equivalía, para los violentos, a una infame traición a la patria,
merecedora de los peores castigos. Este grupo extremista y fascista
hasta el tuétano, venía conspirando contra la democracia desde el
fallido golpe de estado del 11 de abril del 2002 y sus principales
líderes: Leopoldo López, Henrique Capriles, Antonio Ledezma, Freddy
Guevara, Julio Borges y María Corina Machado apoyaron abiertamente aquel
golpe. Machado, una de las “demócratas” de hoy, fue firmante del Acta
de Juramentación de la nueva junta de gobierno presidida por el
empresario Pedro Carmona Estanga. En dicha acta se cancelaban las
libertades públicas, se abolían todas las leyes producidas por el
chavismo y se decretaba la cesación en sus cargos de todas las
autoridades electas y de los parlamentarios y ediles del país.
Estos
fascistas fueron los que, bajo el liderazgo de Leopoldo López,
organizarían la sedición de febrero del 2014 –significativamente llamada
“Operación Salida”- una vez consumada la derrota del candidato Henrique
Capriles en las elecciones presidenciales convocadas luego de la muerte
de Hugo Chávez.
La “Operación Salida” adoptó las tácticas violentas de
control de la calle aconsejadas en diversos manuales de la CIA y en la
obra de uno de sus máximos teóricos, Eugene Sharp. Aquellas contemplaban
la realización de atentados de todo tipo a instalaciones públicas,
autobuses, erección de barricadas armadas (“guarimbas”) impidiendo que
la gente saliera de sus hogares y matanza indiscriminada de personas
para aterrorizar a la población.
A diario López declaraba que esta
insurrección sólo cesaría con la renuncia de Maduro. Finalmente se
restableció el orden público, pero con un saldo luctuoso de 43 muertos.
López fue apresado y enviado a la justicia donde, como veremos más
abajo, recibió una moderada condena, desproporcionada en relación a los
crímenes cometidos. Este mismo grupo es el que en abril de este año
relanzó la segunda fase de la estrategia insurreccional, pero
incrementando exponencialmente la violencia de sus actos e introduciendo
macabras innovaciones en sus tácticas de “oposición democrática”:
arrojar bombas incendiarias sobre jardines infantiles y hospitales y,
como en los viejos tiempos de la Inquisición, quemando vivas a personas
cuyo pecado fuese tener el color de piel incorrecto según el criterio de
los terroristas.
Cuando al describir este deplorable escenario utilicé
la expresión “aplastar a la oposición” era obvio para cualquier lector
atento de mi artículo que me estaba refiriendo a este sector y no a
quienes deseaban una salida pacífica, como felizmente parece estar en
marcha en estos últimos días. Cualquier interpretación en contrario sólo
puede ser producto de la mala fe. Pero fue dicha lectura la que originó
la primera ronda de críticas e insultos.
Dos, si algo revela la monumental hipocresía de mis censores
es su sepulcral silencio a la hora de proponer alguna alternativa para
detener la violencia en Venezuela. Críticos que en su enorme mayoría no
conocen ese país, que jamás estuvieron en él, ignoran su historia y no
tienen amigos o parientes viviendo allí se dan el lujo de agraviar a
quien piense de otra manera.
Mi preocupación obsesiva por el deterioro
de una situación que podría desembocar en una orgía de muerte y
destrucción se funda en la necesidad de evitar para Venezuela -y para
los amigos que tengo en ambos lados, en el chavismo y en la vereda de
enfrente- un final apocalíptico. No es el caso de mis censores, a
quienes en su condición de obedientes publicistas de la derecha – la de
aquí y la de allá, y sobre todo la de “más allá”, en Washington- se les
ordenó que descarguen toda su artillería contra quienes tuviéramos la
osadía de defender el orden institucional en Venezuela.
Mil veces hice
la pregunta: ¿cómo se detiene la violencia iniciada, nuevamente por la
derecha golpista, y ante la cual la respuesta del Estado fue débil e
insuficiente? Las respuestas casi siempre fueron evasivas, pero cuando
les exigía mayores precisiones lo que decían era: “renuncia de Maduro y
convocatoria a elecciones presidenciales.” Es decir que estos severos
críticos de mis opiniones, autoproclamados (pero inverosímiles)
custodios de la libertad, los derechos humanos y la democracia, no son
otra cosa que vergonzantes apologistas de la fracción terrorista de la
oposición.
Lo que quieren estos furiosos escribas es nada menos que el
triunfo de la sedición, la victoria de los golpistas, el retorno de los
fascistas y la destrucción del Estado de derecho. O sea, quieren
exactamente lo mismo que la pandilla de López y sus compinches. Son, por
lo tanto cómplices, cuando no autores intelectuales o legitimadores post bellum,
de la barbarie desatada por la derecha. En su desesperación por acabar
con el chavismo apelan a una retórica que sólo en apariencia es
democrática. Lo que hay debajo de sus huecas palabras es una afrenta a
los valores humanísticos que dicen defender. Tendrán que hacerse cargo
de su apología de la violencia.
Porque, en la reseca llanura de la
política latinoamericana, con tantas “democracias” que empobrecen,
marginan y lanzan a la desesperación a millones de personas no sería de
extrañar que fuera de Venezuela surjan grupos que ante el ostensible
vaciamiento del proyecto democrático decidan también ellos apelar a la
violencia para derrocar gobiernos que los hambrean y embrutecen. Si los
sedicentes custodios de la democracia aprobaron esa metodología en
Venezuela, ¿la apoyarán también cuando se ensaye en otros países? ¿Qué
van a decir entonces? ¿Que saquear, incendiar, matar y quemar vivas a
personas está bien en Venezuela pero estaría mal en Colombia,
Argentina, México? ¿No les suena un poquitín incoherente exaltar la vía
insurreccional en contextos laboriosamente democráticos y que tanto
costó construir?
Tres, decíamos más arriba que esta ofensiva
se produce en momentos en que el gobierno argentino hizo de Venezuela
uno de los ejes de su campaña electoral.
Este sábado fue la punta de
lanza para suspender a Venezuela del Mercosur, violando las normas del
Mercosur y la Carta Democrática establecida en el Protocolo de Ushuaia, y
los ataques tienen que ver con eso pero también con algo más.
Obedientes, los escribidores y charlistas de los medios hegemónicos
arremeten con saña contra cualquiera que defienda al gobierno legal,
legítimo y constitucional de Nicolás Maduro.
La voz del amo imperial les
exige que digan que su gobierno es una feroz dictadura, una manzana
podrida en el cajón donde brillan las ejemplares democracias de
Argentina, el Brasil del golpista Michel Temer, y Paraguay, dignas
herederas de la democracia ateniense y sus grandes líderes como
Pericles, Solón y Clístenes, que empalidecen cuando se los compara con
sus actuales sucesores sudamericanos. Tremenda dictadura la de Maduro en
donde, seguramente al igual que en tiempos de Videla, Pinochet y
Strossner, sus opositores pueden ir a Estados Unidos para
solicitar la intervención armada de ese país en Venezuela, como lo
hiciera el presidente de la Asamblea Nacional Julio Borges en su visita
al Jefe del Comando Sur, Almirante Kurt Tidd, y regresar al país sin ser
molestado por las autoridades, conservar su inmunidad parlamentaria,
ofrecer conferencias de prensa y entrevistas en numerosos medios
nacionales e internacionales y proseguir con su actividad proselitista y
destituyente sin ninguna clase de limitaciones.
Seguramente, ocurriría
lo mismo con los opositores en las dictaduras de Videla, Pinochet y
Strossner. Este es un ejemplo entre muchos otros. Uno más: en Venezuela
la mayoría de los medios de comunicación son contrarios al gobierno y
las grandes cadenas de noticias internacionales tienen sus
corresponsales instalados en aquel país que día a día “malinforman” o
“desinforman” al resto del mundo sobre lo que ocurre en Venezuela sin
ninguna clase de restricciones. Es que la “posverdad” y la “plusmentira”
se convirtieron en monedas corrientes en los medios hegemónicos.
Conviene reproducir aquí lo que recientemente escribiera
Boaventura de Sousa Santos, profesor de la Universidad de Wisconsin y
uno de los más distinguidos sociólogos y juristas contemporáneos.
Luego
de adherir a un manifiesto de intelectuales críticos del gobierno de
Nicolás Maduro, de Sousa Santos sintió la necesidad de escribir un
artículo porque, según sus palabras, “estoy alarmado con la parcialidad
de la comunicación social europea, incluyendo la portuguesa, sobre la
crisis de Venezuela, una distorsión que recorre todos los medios para
demonizar un gobierno legítimamente electo, atizar el incendio social y
político y legitimar una intervención extranjera de consecuencias
incalculables.” Y, poco más adelante, en ese mismo artículo, nuestro
autor, cuya autoridad científica y moral convierte a mis críticos en
deformes pigmeos, termina diciendo que “El gobierno de la Revolución
bolivariana es democráticamente legítimo. A lo largo de muchas
elecciones durante los últimos veinte años, nunca ha dado señales de no
respetar los resultados electorales. Ha perdido algunas elecciones y
puede perder la próxima, y solo sería criticable si no respetara los
resultados. Pero no se puede negar que el presidente Maduro tiene
legitimidad constitucional para convocar la Asamblea
Constituyente.” Suficiente en relación a este tema.
Cuatro, siempre en función de la dupla “posverdad-plus
mentira” ninguno de los órganos de la oligarquía mediática que nos
desinforma a diario en toda América Latina -incluyendo a El País de
España, director de esta desafinada orquesta mediática- mencionó una
noticia que ningún medio de comunicación “serio e independiente”, como
gustan llamarse estas agencias de propaganda que hoy nos bombardean con
sus falsedades, podría haber dejado pasar por alto.
En su conferencia de
prensa del 1º de agosto el Secretario de Estado de Donald Trump, Rex
Tillerson, anunció oficialmente que “estamos evaluando todas nuestras
opciones de política acerca de lo que nosotros podemos hacer para crear
un cambio de condiciones donde o bien Maduro decida que ya no tiene
futuro y quiera marcharse por voluntad propia o nosotros podemos hacer
que los procesos gubernamentales en Venezuela vuelvan a lo que marca su
Constitución.
O sea: el imperio, por boca de su encargado de relaciones
exteriores, anuncia que está implicado en la concreción de un golpe de
Estado en Venezuela y tan gravísima novedad es escandalosamente
silenciada en los grandes medios, esos que dedican ríos de tinta y horas
y más horas de radio y televisión para acusar y difamar a diestra y
siniestra a quienes denuncian las maniobras del imperialismo y sus
lugartenientes locales para destruir regímenes democráticos, como lo
hicieron –para nombrar sólo los casos más resonantes- en Guatemala
(1954), en Brasil (1964), en República Dominicana (1965), en Chile
(1973), en Honduras (2009), en Paraguay (2012) y hace pocos meses en
Brasil. Pocos días antes había sido el Director de la CIA, Mike Pompeo,
quien declarase en su ponencia ante el Foro de Seguridad convocado por
el Aspen Institute que “basta señalar que estamos muy esperanzados de
que puede haber una transición en Venezuela, y nosotros -la CIA-, está
dando lo mejor de sí para entender la dinámica allá para que podamos
comunicársela a nuestro Departamento de Estado y a otros, los
colombianos.
Acabo de estar en Ciudad de México y en Bogotá, la semana
antepasada, hablando exactamente sobre este tema, intentado ayudarles a
entender las cosas que podrían hacer para obtener un mejor resultado
para su rincón del mundo y nuestro rincón del mundo.” ¡Al demonio con la
soberanía nacional, la autodeterminación de los pueblos y la
democracia! Porque si al emperador no le gusta el gobierno que existe en
algunas de las provincias del imperio lo derriba sin miramientos. Y la
prensa de todo el hemisferio, más la española, convenientemente aceitada
y colonizada, acepta el engaño sin chistar y se esmera por blindar la
ominosa noticia con la colaboración de los habituales saltimbanquis de
los medios que dicen los que se les ordena decir, no importa lo que
hayan dicho antes.
No es conveniente que el pueblo se entere de estos
planes insurreccionales de la Casa Blanca que producen un daño
irreparable a la credibilidad de la democracia porque esta sólo será
respetada si sus resultados son del agrado del emperador. Caso
contrario el error se corrige con una ayudita de losboys de la
CIA y la “embajada”.
Mejor será que la población siga pensando que el
imperio tiene su sede en Orlando y sus personajes más significativos son
el Pato Donald y el Ratón Mickey, que la CIA es una vetusta leyenda
soviética y los otros quince servicios de inteligencia de Estados Unidos
productos de una alucinación colectiva que afectó irreparablemente los
cerebros de Noam Chomsky, Howard Zinn, Tom Engelhardt, Michael Parenti,
James Petras, Jim Cockcroft, Philip Agee y John Perkins. Que no vaya a
recordar ese pueblo que en el mayor acto terrorista de la historia
Estados Unidos arrojó dos bombas atómicas sobre dos ciudades indefensas
cuando Japón estaba vencido y que sí recuerde, en cambio, que Washington
ha “exitosamente” exportado la democracia a Irak, Libia y Ucrania y
ahora está tratando de hacer lo mismo en Siria y Venezuela.
En síntesis,
que Estados Unidos es lo que Hollywood dice que es y que Julian Assange
es el novio despechado de la hija de Donald Trump y por eso inunda al
mundo con sus mentiras desde Wikileaks. Se cumple lo que hace ya un
siglo había pronosticado Gilbert K. Chesterton cuya cita pusimos como
epígrafe a este escrito: los medios existen para impedir que la verdad
sea dicha, que la verdad sea conocida.
Cinco y final.
El torrente de mentiras, falsedades y
ocultamientos de mis críticos me obligaría a escribir un libro para
desnudar toda y cada una de sus canalladas. No lo merecen. Prefiero
proseguir con mis análisis y no perder mi tiempo discutiendo una a una
sus acusaciones y respondiendo a sus insultos. Pero haré una excepción
en relación a una de sus más socorridas mentiras: la reiterada
caracterización del líder fascista y golpista Leopoldo López cono un
“preso político.” En su afán por congraciarse con el imperio y la
derecha vernácula los personeros de la oligarquía mediática insisten en
el tema y, aún más, endiosan a ese personaje y a otros de su calaña como
si fueran heroicos combatientes por la libertad. ¿Les suena la melodía?
¡Claro! Washington la empleó varias veces en el pasado: Combatientes
por la libertad fueron los “exiliados” iraquíes que atestiguaron que el
gobierno de su país estaba fabricando armas de destrucción masiva, a
sabiendas de que tal cosa era una flagrante mentira.
Pero sus
testimonios fueron decisivos para que el Congreso de EEUU aprobase la
declaración de la guerra contra Irak junto a José María Aznar y Tony
Blair, siniestros cómplices del engaño que todo el mundo sabía era tal.
Antes habían utilizado la misma virtuosa categoría para exaltar la
imagen de los “contras” nicaragüenses, convirtiendo a unos brutales
mercenarios en heroicos luchadores por la democracia y los derechos
humanos. Volvieron a hacer lo mismo con la “oposición democrática” a
Gadaffi supuestamente bombardeada por éste en Bengasi, un hecho que
luego se demostró absolutamente falso pues el monitoreo satelital de la
zona reveló que no existió tal bombardeo. Pero la mentira surtió efecto y
las víctimas de ese supuesto ataque rápidamente se convirtieron en
valerosos combatientes por la libertad. Lo mismo está ocurriendo hoy en
Venezuela, caracterizando como “preso político” a un señor como Leopoldo
López que en realidad es un político preso, y que lo está por haber
sido encontrado culpable del delito de sedición.
En Estados Unidos, por
ejemplo, esto configura un crimen federal y puede llegar a ser purgado
con prisión perpetua y hasta con la pena capital si es que en los
incidentes promovidos por los sediciosos para alterar el orden
institucional o derrocar a las autoridades constituidas se produjeran
víctimas fatales. Parecida es la pena contemplada en España (recordar el
caso del Teniente Coronel Antonio Tejero, en 1981) a quien en principio
se lo sancionó con prisión perpetua por haber intentado un incruento
golpe de estado ocupando la sede de las Cortes, reteniendo a los
diputados pero sin provocar el menor destrozo dentro y fuera del
recinto...
La sanción a López, en cambio, fue mucho más benigna pese a
los destrozos producidos y las muertes ocasionadas: 13 años, 9 meses, 7
días y 12 horas de prisión. Con el ánimo de reducir la crispación
política en vísperas de la Asamblea Nacional Constituyente la justicia
venezolana le concedió el benefició de la prisión domiciliaria. Tal como
es habitual en estos casos su otorgamiento estaba regido por estrictas
reglas, una de las cuales era abstenerse de hacer proselitismo político,
norma que el líder golpista violó repetidamente y por eso fue devuelto a
la cárcel. Lo mismo ocurre en EEUU cuando un reo sale de la cárcel bajo
“parole” y viola las condiciones de la libertad condicional.
Nada nuevo.
El gobierno argentino, y otros de su mismo signo, insisten
en la liberación del “preso político” Leopoldo López, mientras mantiene
como prisionera política sin cargos y sin proceso, y en contra de los
reclamos de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derecho
Humanos, a Milagro Salta en la prisión de Alto Comedero, en Jujuy. Sin
embargo, bastó que yo dijera que el retorno a la cárcel de López se
ajustaba a derecho y era lo que legalmente correspondía para que un
tropel de críticos se abalanzaran de nueva cuenta contra mi persona,
haciendo lugar inclusive a la inserción en una de esa notas de ataques
soeces y agraviantes extraídos de los mensajes enviados en las redes
sociales, algo que yo al menos nunca había visto antes y que expresa el
grado de putrefacción moral a que han llegado las oligarquías mediáticas
en la Argentina y Nuestra América. ¡Dixit, et salvavi animam meam!
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Este post es copiado del artículo de un diario uruguayo - LR21-.
Es en reconocimiento a la coherencia, valentía y sentido común de su autor - Atilio Borón -, y un humilde esfuerzo (no para convencer a quienes no quieren, o no deben pensar diferente) para explicitar a aquellos que sin vestir camisetas de uno u otro bando ideológico, tienen una comprendida confusión con respecto a la situación en Venezuela.
Gracias, Atilio!
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El Sextante Político. (Novela)
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El Pentágono, intenta burlar al gobierno de Uruguay, instalando una de sus Bases en Artigas, al norte del país, con la complicidad de un político local.
Periodistas de un conocido semanario montevideano, reciben una información que se filtra desde la Intendencia artiguense, y hacen todo lo posible para evitarlo...
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